El nombre de Elena Rodríguez Danilevskaya ha estado presente en mi vida desde la infancia. En mi familia, se le mencionaba como tía Elena. Recuerdo una pequeña foto en blanco y negro que siempre estuvo en una estantería de casa: una mujer con uniforme militar, de pie, mirando a cámara. Mi madre se llamaba Elena en su honor, y aunque en mi niñez esa historia no tenía forma, el recuerdo quedó grabado.
Con el tiempo, fui descubriendo que detrás de aquel rostro había una historia. Una historia que reflejaba muchos de los momentos más dramáticos del siglo XX. Una historia llena de cultura, intelecto, convicciones… y mucho misterio.
La historia de una familia nacida en el corazón del Imperio ruso, en territorios que hoy forman parte de Ucrania, y que acabaría profundamente vinculada a España, a su guerra civil, al exilio soviético y a una red de relaciones intelectuales, diplomáticas y humanas que conectan dos mundos. Una saga marcada por el talento, la vocación pedagógica, la cultura, la política… y también por el silencio.
Mi tío, Juan Cobo, periodista, también se sintió cautivado por las vidas de las hermanas Rodríguez Danilevsky. Vivió en Moscú y escribió sobre ellas en varios artículos publicados en la prensa sovietica. Sus textos, entre otras fuentes, me dieron pistas para investigar y descubrir más acerca de esta familia.
La familia Danilevski —encabezada por el escritor Grigoriy Danilevski, seguida por su hija Alexandra, y por sus nietas Julia y Elena Rodríguez Danilevskaya— fue protagonista y testigo de muchos de esos acontecimientos. Una historia que merece ser contada.
1. El origen: Grigoriy Danilevski
Grigoriy Petrovich Danilevski (1829–1890) fue un escritor e historiador ruso, autor de novelas históricas muy leídas en su época. También trabajó como funcionario del Ministerio de Educación del Imperio Ruso. Durante buena parte de su vida vivió en el pueblo de Prishib, en la región de Járkov (actual Ucrania), donde escribió varias de sus obras y donde está enterrado. En los años sesenta se inauguró allí un monumento en su honor, al que asistieron su hija Alexandra y su nieta Elena, llegadas desde Moscú.

Un dato curioso, sobre el que Alexandra hablaba con frecuencia, era el posible parentesco con el poeta ruso Vladímir Mayakovski. En su archivo familiar se conservan notas y cartas donde hace referencia a este vínculo, apoyado en una fuente concreta: un testimonio incluido en el libro Mayakovski en los recuerdos de sus familiares y amigos, donde la madre del poeta escribe que su madre —es decir, la abuela de Mayakovski— se llamaba Eufrosinia Ovalievna Danilevskaya (рус. Евросиния Овальевна Данилевская).

2. Alexandra Danilevskaya: de San Petersburgo a Moscú, pasando por Menorca
Alexandra Grigórievna Danilevskaya nació en San Petersburgo el 8 de marzo de 1880. Fue hija del escritor Grigoriy Petrovich Danilevski (1829–1890), novelista e historiador ruso, y de Yulia Yegórovna Zamyatina (Юлия Егоровна Замятина), nacida en 1838.
Su madre falleció cuando Alexandra era aún una niña, y su padre murió cuando ella tenía alrededor de diez años.

Desde joven sufrió tuberculosis, y tras varios tratamientos fallidos en Rusia, decidió emigrar a España siguiendo la recomendación de un médico que le habló del doctor Sotomayor, con reputación en el tratamiento de esa enfermedad. En 1904 viajó a Menorca buscando una cura. Allí recibió tratamiento y, con el tiempo, recuperó la salud.
Fue en Mahón donde conoció a José Rodríguez Ramírez (n. 1876), oficial del Estado Mayor, que en ese momento estaba destinado en la isla como delegado del Gobierno. La relación entre ambos se consolidó rápidamente. En julio de 1911, José solicitó oficialmente licencia para contraer matrimonio, según consta en el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, edición del 13 de julio de 1911, Tomo III, página 127.

Poco después formalizaron su unión. Tuvieron dos hijas: Julia (n. 1908) y Elena (n. 1911).

José fue destinado sucesivamente a Mahón, Melilla, Granada y Madrid, y en todos esos destinos Alexandra desempeñó un papel activo tanto en la vida familiar como en el ámbito cultural. En Menorca se hizo conocida por su implicación social. Presidió la Sociedad Protectora de Animales y Plantas, colaboró con el Comité de Ayuda a los Soldados Rusos durante la Gran Guerra y organizó actividades benéficas y culturales.
Mantuvo amistad con artistas como Eugenia Luchinsky, pintora rusa afincada en España, a quien ayudó a exponer en varias ciudades.

En el verano de 1925, Eugenia —que residía en París— visitó a Alexandra en Menorca. En señal de gratitud, la artista realizó un retrato de su hija Julia, conservado en la familia.

En los años siguientes, Luchinsky expuso en Granada, Barcelona, Valencia y Madrid.
Entre 1931 y 1936, Eugenia residió en España de forma continuada. En 1936 fue detenida bajo acusaciones de “actividad contrarrevolucionaria”. Pasó un tiempo en prisión(o cheka) y, gracias a las gestiones del embajador del Congo Belga, logró finalmente regresar a Francia.
Otro episodio que ilustra tanto la generosidad de Alexandra como su vínculo constante con Rusia ocurrió en 1916, tras la muerte del embajador ruso en España, Fiódor Budberg. Alexandra envió una carta al consulado acompañada de cinco pesetas, solicitando que se compraran violetas para su ataúd. En la misma misiva mencionaba cómo, cada semana, depositaba flores en las tumbas de dos marineros rusos enterrados en Mahón. Era un gesto sencillo, íntimo, pero cargado de significado: una forma de mantener viva la memoria de su país y de quienes, como ella, lo habían dejado atrás.
A lo largo de todos esos destinos —Mahón, Melilla, Granada— Alexandra mantuvo una dedicación constante a la educación de sus hijas. Insistía en el estudio, en el aprendizaje de idiomas, en la lectura en voz alta, en el orden. Su casa era también una pequeña escuela.
Cuando en 1925 se trasladaron a Granada, donde José fue nombrado secretario del Gobierno Militar, la familia Rodríguez Danilevsky se instaló en un piso de la plaza de las Descalzas, dentro del edificio de Capitanía General. Este nuevo entorno marcó de forma importante sus vidas: se integraron en el ambiente cultural y artístico de la ciudad, una experiencia que dejaría una huella profunda y duradera en todos ellos.
Fue en Granada donde Alexandra y sus hijas establecieron sus primeros vínculos con los círculos intelectuales locales, en especial con la familia García Lorca. Según recordaba Isabel García Lorca en sus memorias, las “famosas Rusas” —como las llamaban en Granada— frecuentaban con naturalidad su casa, y su madre las acogió desde el primer momento. Alexandra se presentó con Julia y Elena poco después de su llegada, confesando que no conocían a nadie en la ciudad y buscaban entablar amistad. Isabel las describe como una presencia magnética: “una mujer guapísima y muy simpática, que nos contaba cosas extraordinarias de su país”.
Se hicieron habituales las meriendas compartidas, los relatos familiares y las fotografías. Alexandra hablaba con entusiasmo de Rusia, mezclando recuerdos históricos con leyendas familiares, cautivando a las jóvenes granadinas con su relato. Julia ingresó pronto en el instituto, donde destacó por su brillantez, mientras José Rodríguez se convirtió en una figura reconocida en la ciudad. Era habitual en el casino, donde se le tenía por uno de los mejores jugadores, y no tardó en ser conocido como “el coronel de las Rusas”.
La cultura, la música, la literatura y la amistad definieron aquellos años. Fue en Granada donde Julia y Elena consolidaron el carácter intelectual y cosmopolita que las acompañaría toda la vida.
Ese ambiente doméstico fue descrito años después por Mijaíl Koltsov en su libro Diarios de la Guerra Española, donde escribió:
“Con paciencia y cariño inmensos, se ocupó de la instrucción de sus dos hijas, les enseñó a leer, a escribir, les enseñó luego literatura; creó en su casa una pequeña biblioteca rusa y recitaba a coro con sus hijas poesías rusas, ante la sorpresa y el bondadoso entusiasmo del bueno de Rodríguez.”
Koltsov también recordaba a José como “un hombre de convicciones izquierdistas” que “adoraba a su familia” y que “murió después de una larga enfermedad”. Y describía a Alexandra como “una hermosa mujer de pelo canoso” que un día se presentó en el Palace, y a Julia y Elena como “verdaderas españolas, por su aspecto”.
A finales de los años veinte, la situación política en España se volvía cada vez más convulsa. En una carta escrita por Alexandra se conserva un testimonio revelador sobre el posicionamiento de su marido frente a Miguel Primo de Rivera, con quien había compartido juventud y amistad. Primo intentó apoyarse en José para ganarse la confianza de oficiales clave del ejército antes de dar el golpe contra Alfonso XIII.

Pero José se negó a colaborar:
“Mi marido quería que el rey abdicara sin violencia… Él sabía que eso era lo que deseaban los grandes hombres de España y la mayoría de los militares.”
Según relataba Alexandra, José respondió a Primo de Rivera con firmeza:
“Le aconsejó que abandonara España cuanto antes, porque no la merecía y le hacía daño.”
La ruptura fue definitiva. José se alineó con los sectores que impulsaban la llegada pacífica de la República, y denunció el proyecto autoritario de Primo:
“He jurado servir a mi patria y al rey hasta la última gota de sangre. Ahora me opongo al rey, pero por convicción. Y no puedo servir a una dictadura.”
En agosto de 1931, José fue destinado al Estado Mayor Central, y se trasladó con su familia a Madrid, donde pasó a trabajar en el Ministerio de Defensa, en la sección de operaciones y doctrina militar. Fue también parte de la delegación española que asistió a la Conferencia de Desarme en Ginebra, reflejo de su papel activo en el pensamiento estratégico de la joven República.
El 1 de febrero de 1933, José falleció en Madrid tras una larga enfermedad. La familia organizó una despedida íntima en el domicilio familiar de la calle Manuel Becerra, 11, desde donde partió el cortejo fúnebre hacia el cementerio municipal. No se celebró misa. Sus amigos y compañeros del ejército le rindieron un homenaje sencillo y sentido. Años más tarde, su hija Elena sería enterrada en la misma tumba, junto a su padre.

Tal y como relata Koltsov, en 1936, tan pronto comenzó la Guerra Civil, Alexandra se ofreció para ayudar a los consejeros soviéticos. Se presentó en el Hotel Palace, centro de operaciones de los soviéticos en Madrid, donde colaboró y prestó servicios como traductora del ruso.
En 1939, tras la caída de la República, Alexandra se exilió a Moscú junto a Julia y Elena. Se instalaron en un apartamento en la calle Arbat, 45, donde vivirían durante décadas.
Durante la Gran Guerra Patria, participó activamente en iniciativas de apoyo al frente. Colaboró en campañas para la recolección de fondos destinados a la producción de armamento, y en particular, para la financiación de un tanque para el Ejército Rojo, en un gesto colectivo de respaldo a la lucha contra la invasión nazi.
En los años 60, Alexandra viajó con Elena a Prishib (actual Ucrania), donde instalaron un memorial sobre la tumba de su padre, cerrando así un ciclo vital que había comenzado en el Imperio ruso y concluido en el corazón de la URSS.

Falleció en Moscú el 21 de febrero de 1967 y fue enterrada en el cementerio Golovínskoe (Головинское кладбище). Sector 8.
En la lápida puede leerse:
(A nuestra madre muy querida – Yulia, Lena. Hija del escritor G. P. Danilevskiy)
8.03.1880 – 21.02.1967
Горячо любимой маме – Юля, Лена
Дочь писателя Г. П. Данилевского
17 de julio del 1962. Inauguración del memorial al escritor Danilevskiy

.
3. Las dos hermanas
Julia y Elena crecieron rodeadas de cultura, música y educación en idiomas. Las hermanas heredaron la disciplina y el amor por el conocimiento. Criadas por su madre en un hogar donde se recitaban poemas rusos, se leía en voz alta y se hablaban varias lenguas, ambas compartieron una sólida formación intelectual.
Formación y primeras trayectorias
En 1926, Julia ingresó en la Universidad de Granada, tras haber cursado el bachillerato en los institutos de Mahón y Granada. Según consta en su expediente, conservado en el Archivo Histórico Provincial de Granada, obtuvo sobresalientes y premios en todas las asignaturas.
Se licenció en Filosofía y Letras en 1930, también con la máxima calificación.

Fue la primera mujer en ser admitida como auxiliar de cátedra de lengua griega en la Universidad de Granada.

Dominaba el ruso, el francés, el inglés y el alemán, y llegó a prepararse para ocupar una plaza de cátedra en idioma hindi en la Universidad de Barcelona.
En marzo de 1931, apenas unos días antes de proclamarse la República, Julia fue homenajeada en el Centro Artístico por iniciativa de su presidente, el ingeniero jefe de obras públicas Juan José Santa Cruz. El discurso manuscrito que pronunció aquella tarde —hoy custodiado en el archivo de la Universidad de Granada— rebosa elogios a su elegancia, su dedicación y su inteligencia. De aquel acto se imprimió una copia en pergamino que Julia guardaría como un tesoro y que más tarde llevaría consigo a Moscú. En sus palabras, Santa Cruz la comparó con María Isidra Guzmán y de la Cerda, la célebre Doctora de Alcalá, primera mujer en obtener el grado de doctora en España y académica de la Lengua en 1784.

Elena, cuatro años menor, siguió un recorrido similar. Estudió Filosofía y Letras entre 1928 y 1932, con un expediente igualmente brillante: todas las asignaturas calificadas como “Excelente” con premio.

Había heredado la vocación lingüística y literaria familiar, y dominaba también el ruso, el francés y el inglés.
Además de su excelencia académica, Julia y Elena estuvieron activamente implicadas en la vida cultural universitaria, particularmente en la Agrupación Artística Universitaria de Granada. Participaron en representaciones teatrales que combinaban música, poesía y comedia, y que se presentaban en distintas ciudades andaluzas. Una de las funciones más destacadas tuvo lugar en Antequera, en una gala a beneficio del Hospital Clínico de Granada. Allí, las hermanas actuaron en La pluma verde, una comedia en tres actos de Pedro Muñoz Seca y Pedro Pérez Fernández. Según recoge la prensa local, Julia interpretó a Carolina y Elena a la señorita Manolita. El evento, celebrado en el Salón Rodas, incluyó además una sinfonía a cargo de la orquesta universitaria y un concierto final dirigido por el maestro Ángel Barrios, compositor granadino y profesor de música de la Universidad.


Durante sus años universitarios, ambas hermanas frecuentaron los círculos culturales e intelectuales granadinos. Mantuvieron amistad con Federico García Lorca, Laura de los Ríos y Manuel de Falla. Más tarde, Alexandra contaría que Lorca se había enamorado de Julia.
En Madrid y en el Mediterráneo
En 1931, tras el traslado de la familia a Madrid, Julia obtuvo por oposición una plaza como traductora en la Carrera de Interpretación de Lenguas del Ministerio de Asuntos Exteriores. Aunque dejó temporalmente el cargo en 1934, fue reincorporada en 1978, reconociéndosele como tiempo de servicio desde 1933.

En el verano de 1933, Elena participó en el Crucero Universitario por el Mediterráneo, una experiencia pedagógica sin precedentes organizada por la Segunda República.

A bordo del Ciudad de Cádiz, recorrió durante 48 días los grandes yacimientos arqueológicos de Italia, Grecia, Turquía y Egipto, junto a más de doscientos profesores y estudiantes seleccionados por su excelencia académica.

3 de Julio de 1933. Carmen García de Diego ante la popa del ‘Ciudad de Cádiz’ anclado en el puerto de Rodas. Foto Archivo Antonio García Bellido. Del LibroEl Sueño de una Generación. El Crucero Universitario por el Mediterráneo de 1933.
Aquel viaje reunió a algunas de las figuras más prometedoras de la cultura española: María Zambrano, Enrique Lafuente Ferrari, Antonio Tovar, José Luis López Aranguren, Carlos París o Dionisio Ridruejo, entre otros.

También participaron Laura de los Ríos —compañera de estudios de Elena e hija del ministro Fernando de los Ríos— e Isabel García Lorca, hermana del poeta Federico. La familia Rodríguez Danilevsky mantenía una estrecha relación con el entorno de los De los Ríos, y Fernando sería testigo de la boda de Elena poco tiempo después.

Fernando de los Ríos con su madre, Fernanda Urruti, su esposa, Gloria Giner, y su hija Laura.
El crucero representaba mucho más que un viaje: era una apuesta del Ministerio de Instrucción Pública por una educación moderna, igualitaria y laica. Elena vivió esta travesía como una prolongación de su vocación humanista, y años más tarde, su madre Alexandra la recordaría como uno de los momentos más luminosos de su juventud.
En el año 1934, Elena comenzó a trabajar como profesora de latín en el Instituto de Segunda Enseñanza de El Escorial, una institución que seguía los métodos pedagógicos de la Institución Libre de Enseñanza. El centro estaba dirigido por Rubén Landa, pedagogo de prestigio, estrechamente vinculado a los círculos reformistas del periodo republicano.

Según contaría la propia Alexandra, el puesto fue conseguido gracias a la intermediación de Fernando de los Ríos, ministro de Instrucción Pública y amigo íntimo de la familia. Fue él quien propuso a Elena como profesora, y su esposa fue también parte del entorno cercano a las Danilevskaya. Alexandra relató cómo el propio Landa se presentó en su casa para solicitar permiso para que Elena aceptase el cargo, convencido de su valía y formación.
Allí también enseñaba Felipe Requejo Carrió, profesor de francés, con quien Elena entabló una relación personal. Felipe era hijo del periodista Felipe Requejo González, antiguo director del periódico El Comercio de Gijón. Había estudiado en París, Londres, Gijón y Valladolid, y se había afiliado tanto a Acción Republicana como a la Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza (UGT).
El 9 de diciembre de 1935, Elena y Felipe se casaron, primero en una ceremonia civil en El Escorial y luego en una boda religiosa en Madrid. Entre los testigos estaban figuras relevantes como Fernando de los Ríos, Rubén Landa, José Millán Astray, y varios catedráticos del Instituto.
Lázaro Montero, que ingresó en el Instituto de El Escorial en 1935, los recuerda en sus Memorias de Doña Nadie. Su relato aporta una visión especialmente viva de aquella época. Según escribe, Elena, “una muchacha más bien obesa y tímida” cuando llegó al Instituto, en poco tiempo se transformó en “esbelta, decidida y con bastante encanto”, gracias a una férrea disciplina y a una voluntad de hierro. La describe como hija de una rusa blanca y de un general español ya fallecido en 1936, y subraya cómo, pese a sus inseguridades iniciales, se convirtió en una mujer de gran personalidad.
Sobre Felipe, Montero señala que había sido “el clásico señorito de Gijón, hasta que los cursillos del 33 lo redimieron y convirtieron en un hombre distinto”. Recuerda incluso la boda de Elena y Felipe en El Escorial, oficiada por lo civil con Fernando de los Ríos como testigo, y la posterior ceremonia religiosa en Madrid con la presencia de Millán Astray, viejo amigo del padre de Elena. Aquella unión, vista por los compañeros de entonces, parecía encarnar un encuentro entre dos mundos: la tradición familiar de Elena y la transformación personal de Requejo.
Montero también rememora con detalle la despedida de soltero de Felipe. Los amigos decidieron celebrarla en Madrid, tras la boda civil. Pasaron por el cabaret Bataclán, donde Luis de Tapia, profesor de matemáticas del Instituto, se adueñó de la escena al piano, improvisando con la orquesta y un ballet que Montero califica como “extremadamente flojo”. Los compañeros vigilaban a Requejo con humor, obligándole a reservarse para la noche siguiente, cuando debía celebrarse la boda religiosa. La anécdota, narrada con gracia, muestra la cercanía y complicidad de aquel grupo de profesores y alumnos en torno a Elena y Felipe.

En una carta Alexandra, recordaba:
“La boda fue muy hermosa, alegre, con la asistencia de profesores, militares y amigos. Fue un verdadero día de felicidad.”
Tras el enlace, los recién casados viajaron de luna de miel a Palma de Mallorca, que Alexandra describe como “un paraíso terrenal”.
En Madrid y en el Mediterráneo
En julio de 1936, cuando la familia se preparaba para pasar las vacaciones en Ibiza, la sublevación militar truncó todos los planes. Alexandra, Julia y Elena se presentaron en el Hotel Palace, sede oficiosa de la misión soviética, para ofrecer su colaboración como traductoras.
Era el momento más crítico: los sublevados avanzaban hacia Madrid, y la capital comenzaba a organizar su defensa.
Alexandra lo relata así en una de sus cartas:
“Ese día yo me preparaba para marcharme a las Islas Baleares, hacía las maletas para viajar por la noche de Madrid a Barcelona y de allí en barco a Ibiza. Iba a llegar con una semana de antelación para preparar la casa que habíamos alquilado, amueblada y a buen precio. Julinchka fue a comprarme el billete. Me llamó por teléfono y me dijo:
— Mamá, todo ha terminado. Un aluvión de tropas africanas ha desembarcado en las ciudades del sur. Los italianos han ocupado las Baleares de un golpe, los fascistas alemanes vienen del norte. ¿Vale la pena comprarte el billete, si vas directa a una trampa de la que no saldrás?
Fue un momento terrible. Me quedé.”
Poco después, recibió una llamada aún más preocupante desde El Escorial, donde Elena enseñaba latín en el instituto: el centro estaba siendo evacuado, y los rumores de que los nacionales avanzaban por el norte se multiplicaban. En cuestión de horas, Elena y su marido Felipe llegaron a Madrid.
Felipe, movilizado de inmediato, se despidió sin saber si volverían a verse.
Ese mismo verano, madre e hijas se integraron como traductoras en el entorno soviético.
Así lo relata Alexandra :
“A través del ministro de Instrucción Pública comenzamos a trabajar con los nuestros(los sovieticos). No sabíamos nada de él [el marido de Elena], hasta que finalmente regresó desde el sur, donde se libraban los combates más intensos. Estaba muy satisfecho de que estuviéramos colaborando con los nuestros. Allí ya había entablado relación con algunos de nuestros amigos y fue acogido por el marido de una buena amiga mía en el Estado Mayor del Ejército, donde sirvió como jefe del Estado Mayor General.”
Alexandra trabajó con Mijaíl Koltsov, quien lo recogió así en Diarios de la guerra española:
“La mamá Rodríguez, hermosa mujer de pelo canoso, se presentó un día en el Palace. Sus hijas Julia y Elena, por su aspecto, son verdaderas españolas. Se ofrecieron, con todas sus fuerzas y su saber, para ponerse al servicio de la amistad entre la Unión Soviética y su nueva patria. Era en el momento más crítico, el enemigo se acercaba a Madrid. Les hicieron sitio en el coche de los corresponsales de la Komsomolskaya Pravda, las evacuaron a Alicante. Después, empezaron a trabajar como traductoras en la Representación Comercial de la Unión Soviética.”
Elena fue asignada a los grupos de guerrilla instruidos por los agentes soviéticos Grigori Syroyezhkin y Lev Vasilevskiy. Ambos eran oficiales de la NKVD y coordinaban tanto acciones militares como misiones de inteligencia. En sus memorias, Vasilevskiy recuerda así a Elena:
“Mujer joven, acostumbrada a la comodidad de una gran ciudad europea, sin quejarse soportó una vida dura en nuestro grupo, compartiendo con todos nosotros los peligros de la contienda. Era nuestra compañera humilde y sensible, atenta, tranquila, paciente e incansablemente trabajadora.”

Fotografía tomada en septiembre de 1938 y dedicada por Naum Eitingon (alias Leo) a Elena. En el reverso escribió: “Recuerdo sobre nuestros días en España y de nuestros amigos caídos Peregrin y Griha Grande. 3/2/1968. Leo”. En la imagen aparecen Leo Vasilevskiy, Pelegrin Pérez y Grigori Syroyezhkin.
En las semanas críticas del otoño de 1936, con Madrid bajo asedio, los asesores soviéticos insistieron a Alexandra Danilevskaya en que debía abandonar la ciudad con sus hijas.
“Nuestros también lo exigían, pero no salimos hasta el último momento, cuando todo se volvió un caos de retirada”, recordaría más tarde.
En ese contexto, Felipe Requejo —ya incorporado al Estado Mayor gracias a la mediación de un oficial amigo de Alexandra— regresó al domicilio familiar para despedirse.
“Yo nunca me iré de aquí hasta que todo haya terminado. Marchad vosotras, yo os encontraré… Pero no me iré como un cobarde”, le dijo a Alexandra.
Fue una despedida sobria y dolorosa. “Nos despedimos, y él se quedó con ese coronel en el cuartel general del Estado Mayor”, anotó ella en sus memorias.
Gracias a la gestión de un salvoconducto por parte de Mijaíl Koltsov, la familia logró salir finalmente de Madrid el 1 de noviembre de 1936, tal como confirma una anotación en el Diario de la Guerra Española, en la que se menciona expresamente la salida de Alexandra ese mismo día.
Alexandra recuerda que poco después, desde Valencia, recibieron noticias sobre el destino de Felipe.
“Supimos por refugiados que el cuartel general fue rodeado por los fascistas. A todos los que estaban allí los fusilaron”, escribió Alexandra, y añadió con tristeza: “El primero fue el coronel, y al general lo llevaron a prisión en Madrid”.
Sin embargo, los recuerdos de Lázaro Montero ofrecen otra perspectiva sobre aquellos días inciertos. “Terminada la guerra Cea ( Benedicto Cea Castrillo – profesor de Agricultura) me informó de que estaba pasándolo muy mal. No sé bien qué grado alcanzó en el Cuerpo de Carabineros. El caso es que lo encarcelaron, lo condenaron a muerte y hasta creo que alguna noche lo sacaron para fusilarlo, pero, al final, no sé si por influencia de su familia o de alguna buena amistad, consiguieron que le conmutaran la pena. En la cárcel recibía paquetes enviados por Cea y otros amigos. Después parece que se dedicó a dar clases de francés y de inglés a los presos y los hijos de los funcionarios de la prisión e incluso de un importante cargo militar y le fue rebajada la pena.”

Por otra parte, según el testimonio de Francisco Catena —hijo de Eloísa Gómez Hurtado, la segunda esposa de Felipe Requejo—, recogido en una conversación que mantuvo con Marie Blanche Requejo, estando Felipe en la cárcel de Jaén en 1939 recibió una carta de Elena en la que le comunicaba que había conocido a otro hombre y que lo “liberaba” del vínculo conyugal.
Felipe, en su expediente del Archivo Histórico Militar, declaró estar separado desde noviembre de 1937 “por diferencias ideológicas, tras haber sido captada por los rusos, que no le permiten ni verla”.
Mientras tanto, Julia reforzaba sus vínculos con los círculos soviéticos. Allí conoció a Georges Soria, periodista de L’Humanité y colaborador del Partido Comunista Francés. Su relación se consolidaría más tarde en Moscú.
La colaboración de ambas hermanas con los asesores soviéticos se desarrolló con intensidad hasta el final de la guerra. Elena participó en misiones con la NKVD y fue testigo directa de operaciones especiales, algunas de ellas mencionadas en memorias posteriores. Julia, por su parte, continuó trabajando como traductora.
La guerra y el avance de las tropas franquistas marcaron el fin de una etapa para las hermanas Rodríguez Danilevskaya. El 17 de marzo de 1938, desde Godella, Valencia, la familia abandonó España rumbo a la Unión Soviética. Atravesaron Francia y llegaron a Moscú, iniciando un exilio que sellaría su destino.
Poco antes de su marcha, Julia recibió una propuesta por parte de Ernest Hemingway para trasladarse a Estados Unidos y trabajar en una universidad, pero declinó la oferta.
El escritor soviético Leonid Lench recuerda en sus memorias un encuentro fugaz pero significativo: en diciembre de 1938, pocos días antes de ser detenido, vio a Koltsov en el Club de Escritores, conversando con su amiga Julia. Era una de las últimas escenas de su vida en libertad, y uno de los últimos reflejos del paso de Julia por una España que ya no volvería a ser la misma.
El exilio en la URSS
En la URSS, las tres se instalaron en un apartamento en la céntrica calle Arbat 45 de Moscú. Según testimonios familiares ese piso había sido asignado a la familia Cobo, pero lo cedireron a la familia Danilevsky, quienes se quedaron a vivir allí durante décadas.
Fue en ese piso donde Elena impartió clases de lengua española a jóvenes oficiales soviéticos, formando parte de los cuadros pedagógicos del MGB (Ministerio de Seguridad del Estado), como consta en el formulario autobiográfico que conservas del archivo de la Internacional Comunista.
Julia, por su parte, se integró en el círculo de relaciones del PCF y la intelligentsia soviética. En 1941 se casó con Georges Soria, periodista francés, colaborador de la NKVD y corresponsal de L’Humanité durante la guerra. En 1942 nació su hija Jacqueline. Según relata Pierre Broué en su Historia de la Internacional Comunista, Julia y Georges participaron en una misión confidencial durante la Conferencia de Teherán (1943), probablemente bajo las órdenes de Sudoplatov.

En paralelo, Elena mantuvo vínculos estrechos con Leonid Eitingon, y según se recoge en el libro En la altura extrema de Musa Malinowska y los hijos de Eitingon, participó en una operación en Estambul en 1943 destinada a eliminar al embajador nazi Franz von Papen. Aunque la operación fracasó, su participación directa da cuenta del rol que desempeñó en operaciones especiales soviéticas tras la guerra civil.

A principios de los años cincuenta, tras las purgas estalinistas, Eitingon fue detenido. Según las memorias de su hija Zoya Zarubina —editadas en Cartas desde la prisión de Vladímir (Письма из Владимирской тюрьмы)— Elena no abandonó su amistad: le llevó libros a la cárcel mientras estuvo recluido, un gesto de lealtad en tiempos peligrosos.

Elena en el piso de Arbat, junto a mi abuela Encarnación Calvo y Agustina Esteban
Reencuentros y últimos años
En 1961, reaparece una mención de Elena en los archivos de la Internacional Comunista. En una nota dirigida a las autoridades soviéticas, el dirigente del PCE Luis Balaguer solicita autorización para facilitar la visita de Felipe Requejo a la URSS desde Irak. El expediente, conservado en Moscú, confirma lo que parecía improbable: el vínculo entre Elena y Felipe no se había roto del todo. De forma casi milagrosa, tras más de dos décadas de separación, se reanudó el contacto entre ambos, y ese mismo verano se produjo el reencuentro.

Según testimonio de su hija Marie Blanche, Felipe pasó unas semanas con Elena en Moscú. Ella lo llevó a Crimea y le mostró los paisajes y recuerdos de la familia Danilevsky. En esa visita, volvieron a compartir confidencias, silencios y la complicidad de quienes una vez se amaron y luego tomaron caminos opuestos, separados por la guerra, la ideología y el exilio. Aunque sus vidas habían seguido trayectorias radicalmente diferentes, ese reencuentro fue, quizás, un acto de reparación íntima, un cierre necesario para ambos.

Elena, Felipe y mi abuela Encarna. El reencuentro en 1961.
La historia de Felipe Requejo, tras su separación en 1936, tomó un rumbo marcado por la guerra y la represión. Movilizado como soldado, fue destinado a la Plana Mayor de la 5.ª Brigada Mixta de Carabineros gracias a la mediación de Francisco Menoyo Baños. Su trayectoria militar fue rápida: ascendió a teniente, luego a capitán en julio de 1937, mayor en agosto de 1938 y, tras su participación en la operación del Peñón de la Mata, fue propuesto para el grado de comandante.
En diciembre de 1938 fue detenido, juzgado y condenado a muerte, aunque la pena le sería posteriormente conmutada. Durante su estancia en prisión conoció a Roberto Gómez Hurtado, capitán de Carabineros, y a través de él a su hermana, Eloísa Gómez Hurtado. Ella mantuvo con Felipe un contacto constante y, según varios testimonios, intercedió para que se le redujera la condena. Finalmente, fue liberado entre 1943 y 1944, estableciéndose en Granada junto a Eloísa.
Sin embargo, en 1947 volvió a ser arrestado y permaneció encarcelado hasta marzo de 1959, cuando obtuvo la libertad condicional. Poco después se exilió en Londres, donde trabajó en la BBC, y más tarde ejerció como profesor en la embajada española en Irak.

Mis abuelos Juan y Encarna, Julia y Alexandra, Elena
A partir de 1947, Elena Rodríguez Danilevskaya centró su labor profesional en la escritura y publicación de manuales para el aprendizaje del español, además de realizar numerosas traducciones.
Entre 1947 y 1967 participó en más de veinte publicaciones, consolidando una trayectoria destacada en el ámbito de la enseñanza de lenguas.
Su manual de español se convirtió en una obra de referencia en la Unión Soviética, utilizado durante décadas —e incluso en la actualidad— por estudiantes, traductores y especialistas en lengua española.
Paralelamente, durante este mismo periodo, impartió clases de español en instituciones vinculadas a las estructuras de seguridad del Estado soviético.

En 1976 Elena abandonó la URSS para viajar a París, donde su hermana Julia se encontraba gravemente enferma. Dos años después, en 1978, llegó a Madrid. Volvía a una ciudad irreconocible, distinta de aquella que había dejado cuarenta años antes, pero que aún conservaba las huellas de su historia.
Epílogo: Las últimas calles
En esos últimos días en Madrid, Elena Rodríguez Danilevskaya recorría las calles de su juventud. Lugares donde había vivido momentos de amor, de plenitud, de tragedia y de pérdida. Aquellos paseos fueron, probablemente, melancólicos.
De este último tramo de su vida sabemos gracias a los recuerdos que Lázaro Montero de la Fuente dejó en sus Memorias de un don nadie. Allí revela que Elena trabajó en el Instituto de Educación Secundaria Emilia Pardo Bazán, que se encontraba en la calle Santa Brígida 10.
En ese centro coincidió con su antigua amiga Isabel García Lorca —aunque Isabel, en sus memorias, la confundiera con su hermana Julia—.
Era febrero. Mi padre, Jorge Diéguez, recordaba que había quedado en visitarla tras regresar de un viaje para esquiar. Cuando volvió, Elena ya no estaba.
Su muerte llegó el 25 de febrero de 1979. Como su vida, ocurrió en silencio. Según el testimonio de Lázaro Montero de la Fuente:
“Al cabo de algún tiempo nos avisaron que la habían encontrado muerta en su apartamento. Hallaron entre sus notas el teléfono de Cea y lo reclamaron para que identificase el cadáver. Cea y yo asistiríamos a su entierro en el cementerio de la Almudena, reposando en la vieja sepultura de su padre. Sus alumnas del Instituto ‘Pardo Bazán’ lloraban y le llevaban flores. Elena, sabiéndose evidentemente enferma, había vendido su última estancia, junto a su padre, el viejo general español. Sus compañeros de Instituto no entendían el afecto que había despertado en tan poco tiempo. Era el espíritu del desaparecido Instituto de El Escorial.”
Así se cerraba la historia pública y personal de Elena Rodríguez Danilevskaya: sin grandes homenajes ni despedidas oficiales, pero con la dignidad silenciosa de quienes han vivido vidas extraordinarias desde la discreción.
Su hermana Julia vivió hasta 1997 y hoy descansa junto a su esposo, Georges Soria, en el cementerio parisino de Père Lachaise.
Cuarenta años después, fui a visitarlos. Allí, en la vieja tumba familiar del cementerio de la Almudena, descansan el general republicano José Rodríguez Ramírez y su hija Elena, la joven idealista que vivió tres guerras, dos continentes y una vida que parece novela.

📚 Fuentes utilizadas en el artículo
🗃️ Archivos y documentación histórica:
- Archivo Histórico Provincial de Granada – Expedientes académicos de Julia y Elena Rodríguez Danilevskaya.
- Archivo de la Internacional Comunista (RGASPI, Moscú) – Cartillas autobiográficas, formularios, expedientes de Elena Rodríguez Danilevskaya, y nota del camarada Luis Balaguer sobre la visita de Felipe Requejo en 1961.
- Archivo Histórico Militar – Declaraciones de Felipe Requejo tras su detención en 1939.
- Archivo de Cataluña – Documentación adicional sobre los vínculos educativos y profesionales de las hermanas Rodríguez Danilevskaya.
- Centre: Arxiu Nacional de Catalunya. Nom del fons: ALEJANDRA DANILEVSKI I JULIA I ELENA RODRÍGUEZ DANILEVSKI (AGE).
- Centro Documental de la Memoria Histórica (Salamanca) – Ficha de Roberto Gómez Hurtado.
- Expediente personal de Julia Rodríguez Danilevsky, natural de Madrid. Archivo histórico de la Universidad de Granada.
- Documento en homenaje a Julia Rodríguez, primera mujer Auxiliar de Cátedra de la Universidad de Granada. Archivo histórico de la Universidad de Granada.
- Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, 13 de julio de 1911, Tomo III, página 127 – Solicitud de licencia matrimonial por parte de José Rodríguez Ramírez.
- Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, 20 de octubre de 1925, Tomo IV, página 281.
- Guía Oficial de España 1935, página 606 – Dirección y profesorado del Instituto del Escorial.
📚 Libros y memorias:
- Mijaíl Koltsov, Diarios de la Guerra Española – Testimonio directo sobre Alexandra, Julia y Elena durante su colaboración con los soviéticos en Madrid.
- Pierre Broué, Histoire de l’Internationale Communiste – Mención a Julia y Georges Soria en misiones de la NKVD en Teherán.
- Musa Malinowska y Leonid Eitingon, На предельной высоте (En la altura extrema) – Participación de Elena en operaciones especiales de inteligencia.
- Zoya Zarubina (ed.), Письма из Владимирской тюрьмы (Cartas desde la prisión de Vladímir) – Testimonio sobre la visita de Elena a Eitingon en la cárcel.
- Lázaro Montero de la Fuente, Memorias de un don nadie – Relato sobre la muerte de Elena y su entierro en Madrid.
- Recuerdos míos, Isabel García Lorca, Editorial Crítica, 2002. Testimonio personal sobre la familia Rodríguez Danilevsky durante su estancia en Granada.
- Ю.Я. Соловьев, Воспоминания дипломата 1893–1922 (Memorias de un diplomático 1893–1922).
📰 Artículos de investigación histórica:
- Juan Cobo Orts, Поворот жизненной стрелки (El giro de la flecha vital) – Artículo sobre la familia Rodríguez Danilevskaya y su destino en la URSS.
- Juan Cobo Orts, Испанская внучка писателя Данилевского (La nieta española del escritor Danilevsky) – Publicado en ruso.
- Artículo en Proza.ru: https://proza.ru/2012/08/10/1386 – Sobre el memorial en la tumba del escritor Grigori Danilevskiy en Prishibka.
- Михаил Шольц, Евгения Карловна Лучинская – Publicación en Proza.ru sobre la pintora rusa vinculada a Alexandra Danilevskaya.
📰 Prensa y blogs:
- Blog Reflejos Siglo XXI
URL: https://reflejossigloxxi.blogspot.com/2020/06/julia-rodriguez-danilevsky.html – Información sobre la participación teatral de las hermanas Rodríguez Danilevskaya. - ABC Sevilla, 2 de agosto de 1931, página 40.
- La Voz, 1 de febrero de 1933.
- El Bien Público, año LX, número 18259 – 6 de febrero de 1934, artículo de Lorenzo Lafuente Vanrell.
- La Voz de Menorca, 1 de agosto de 1925.
- Revista La Semana Gráfica, nº 281, 1931.
🗣️ Entrevistas y testimonios personales:
- Entrevista telefónica con Marie Blanche Requejo Carrió y Francisco. Mayo 2020.
- Entrevista del autor (Jorge Diéguez Cobo) – Apuntes personales, testimonios orales y correspondencia familiar.
- Carta de Alexandra Danilevskaya, 1961 – Fragmentos extraídos de correspondencia conservada en RGASPI.














